Titulares

La compra y la venta de la presidencia

¿Estás observando el sainete televisado de los pre-candidatos a la presidencia?

lbeatoPara comenzar a entender este rollo novelesco, leamos las palabras de James Madison, el cuarto presidente estadounidense, conocido como “el Padre de la Constitución”. Thomas Jefferson, el tercer presidente, es el “Padre de la Declaración de la Independencia”. Leamos:

“Entre los tres poderes, el legislativo, el ejecutivo y el judicial (Congreso, Suprema Corte de Justicia y la Presidencia), el que predomina necesariamente tiene que ser el legislativo (Congreso). Este es el que mantiene en balance a los otros dos”.

La intención de los padres fundadores fue la de una “república federada” (casi todos eran “federalistas”), no necesariamente la de una “democracia” donde los ciudadanos eligieran a sus presidentes a nivel popular como se hace hoy en día.

A eso se debe precisamente el hecho de que los senadores fueran nombrados por la legislatura de sus respectivos estados (no elegidos popularmente) y que éstos, a su vez, fueran los que eligieran al presidente de la nación (al “administrador ejecutivo” de la nación). Ahí está la raíz del  llamado “colegio electoral”, instituído después para balancear y contrarrestar al voto popular. Algo típico del sistema político estadounidense.

En otras palabras, que el sufragio universal directo de los ciudadanos no se contemplaba en la elección del presidente. El propósito era crear un sistema totalmente distinto al que regía en Europa, donde el poder estaba concentrado en un monarca con total control del Estado. Además, así se podía evitar futuros fraudes y la compra y venta de los candidatos, como se han convertido hoy en día estos carnavales políticos que estamos contemplando.

A partir de los años, este sistema se fue convirtiendo en un sistema presidencialista, adoptado burdamente por la mayoría de nuestros países latinoamericanos, donde el nivel educativo de la mayoría de los votantes es ínfimo y comprar los sufragios es la cosa más natural del mundo.

A partir de los años sesenta, con el famoso debate televisivo entre John F. Kennedy y Richard Nixon (que introdujo un nuevo paradigma político), la “venta” de la presidencia ha sido la orden del día. Se vende a través de la propaganda televisada, como se vende un carro de marca o un perfume de París. El papel de los mercadólogos políticos y de las agencias publicitarias es imprescindible.

Tanto la compra directa o la venta indirecta, a través de comerciales tergiversados y millonarios, para influenciar el subconsciente de los votantes, son connaturales a ese sistema. Es una pugna entre publicitarias y hay que ser millonario para poder competir en ese tipo de escenarios. En ese sentido, las elecciones y las primarias se han convertido en danzas de millonarios.

El que más gasta (no necesariamente de su bolsillo sino de las corporaciones que financian sus campañas) es casi siempre el que resulta “elegido”.

En otras palabras, que son las grandes corporaciones con sus lobbies las que deciden las elecciones y las que financian las campañas de los senadores y de los representes en Washington. Todo lo contrario de lo que se propusieron los padres fundadores que hoy deben de estar retorciéndose en sus tumbas con el sainete que estamos presenciando.

El mito de que son los votantes los que eligen (víctimas de las ventas agresivas de los candidatos) se ha convertido hoy en día en la compra abierta de políticos que, a su vez, venden su alma al diablo de las grandes corporaciones que los llevan a Washington, a las que le deben pagar el “favor” a través de sus lobbies locales.

Un ejemplo al canto es el caso de las transnacionales farmacológicas (Big Pharma) que financian las investigaciones clínicas en las universidades y la venta impiadosa de vacunas y de medicamentos.  Les compran la conciencia a sus pupilos en Washington, convertidos ahora en sus fieles dignatarios.

Esta es una de las características principales, unida a las triquiñuelas cibernéticas del sufragio electrónico y al disenfranchisement (privación de derechos civiles básicos) de los votantes, impidiendo así que grandes segmentos minoritarios de la población puedan sufragar (los hispanos y los afro-americanos).  

El caso de Donald Trump es un caso “sui generis”, porque él mismo se está financiando su propia campaña, aparentando independencia de criterio y diciendo lo que piensa que los virtuales votantes, desinformados y hastiados de Washington, desean oír.

Ahí está la explicación del fenómeno Trump, unido a la incapacidad de discernimiento de su audiencia, cuyo subconsciente ha sido ya condicionado de antemano subliminalmente, a través de la fanfarria televisiva. Se está vendiendo a sí mismo y los medios lo están ayudando, siguiendo las instrucciones de sus respectivos dueños. No nos sorprendamos de que sea el candidato preferido.

De una burda “venta” (a través de comerciales y de tretas publicitarias) se ha pasado a la “compra”, de parte de las megacorporaciones. Una compra y venta despiadada y descarada. Eso era precisamente lo que querían evitar los fundadores

Para tener una idea de lo que estamos aquí diciendo, recordemos el epitafio sobre la tumba de Thomas Jefferson, escrito con anterioridad por él mismo:

“Aquí está enterrado Thomas Jefferson, autor de la Declaración de la Independencia, de los Estatutos de Virginia para la separación entre la religión y el Estado, y el Padre de la Universidad de Virginia”.

Jefferson no menciona que fue presidente por ocho años seguidos, Vice-presidente, Secretario de Estado y Embajador Plenipotenciario. Para él esas posiciones no habían sido privilegios sino ocasiones para servir a su patria.

Terminamos con las palabras de John Adams, el segundo presidente estadounidense, después de George Washington: “Ningún hombre que haya sido presidente de los EEUU debe de felicitar a un amigo, si éste es también elegido presidente” (1797).

Treintidos años después (1829), su hijo John Quincy Adams, el sexto presidente, escribió: “Esos cuatro años como Presidente de los EEUU fueron los más terribles de mi vida, debido a la responsabilidad depositada sobre mis hombros”.

No hay dudas de que el sainete televisado que estamos presenciando de las primarias en los EEUU, se ha convertido en un espectáculo totalmente distinto a la idea original de sus padres fundadores.