Titulares

OPINIÓN: Lo difícil de las buenas letras

Por: Margarita Cedeño
En las últimas se­manas se ha en­cendido el deba­te en torno a las letras de muchas canciones, especialmente las del género urbano, que en al­gunos casos resultan ofensi­vas, presenta a la mujer co­mo un objeto, promueven el uso de estupefacientes y la búsqueda del dinero fácil. El tema es complejo y muy di­fícil de abordar en un mun­do de redes sociales, Spotify, Youtube y otras plataformas que de la forma más libre permiten compartir todo ti­po de contenidos, buenos y malos.

Muchos extrañan a do­ña Zaida, la única que hi­zo funcionar correctamente la Comisión Nacional de Es­pectáculos Públicos, una ins­titución que hoy en día se ha quedado estancada en el pa­sado, en un mundo de televi­sión programada y de conte­nidos cuya circulación podía ser censurada con facilidad.

Leí una vez a Bienvenido Pantaleón decir que perder a doña Zaida en ese rol había sido como ir del azafrán al li­rio, citando al poeta cubano Emilio Ballagas.

Pero lo cierto es que ni do­ña Zaida habría podido con el gran reto que suponen las redes sociales en la actuali­dad, la facilidad con la que los jóvenes graban música o hacen videos, con una veloci­dad prácticamente en tiempo real, dificulta a las institucio­nes públicas darle seguimien­to a todo lo que sucede en el mundo del entretenimiento.

Y aún peor, en la mayoría de los casos, se hace música que responde a las aspiracio­nes del mercado, generan ri­quezas extraordinarias y su popularidad les valida en el ámbito social.

En el ejercicio guberna­mental pasado, implemen­tamos la iniciativa “Música Urbana por los Valores” co­mo una forma de generar un cambio en la música que más gusta en este momen­to, pero contando con la par­ticipación de los exponentes actuales y apostando por un cambio paulatino en la forma como se produce música en nuestro país.

El ejercicio se queda a me­dias porque, lamentable­mente y a pesar de muchos esfuerzos, el contenido pro­ducido en base a una estra­tegia de promoción de valo­res no recibe el apoyo en la radio, la televisión y las pla­taformas digitales. En conse­cuencia, no es rentable.

Por definición, la música ur­bana es un reflejo de las condi­ciones sociales que viven y ob­servan sus exponentes.

Es la combinación de la denuncia social con el ritmo, por lo que sería lógico que las letras de esos exponentes estén repletas de los proble­mas del barrio: la pobreza, el embarazo adolescente, el matrimonio infantil, los efec­tos negativos de las drogas y el crimen organizado, entre otros más. Por el contrario, parecería que estos proble­mas están relegados quizás por haberse normalizado y, en consecuencia, no forman parte de la denuncia social que subyace en la canción ur­bana.

Ahí está el reto para las po­líticas públicas, no en propi­ciar una censura porque sería ineficiente, no hay forma de censurar las plataformas di­gitales; el reto es que los artis­tas urbanos comprendan la dimensión de los problemas sociales y los integren cada vez más a sus letras, desde el entendimiento de que sus le­tras pueden ayudar a que es­tas situaciones puedan dismi­nuir.

La Comisión Nacional de Espectáculos Públicos, en ese contexto, debe asumir una labor educativa, integrar a los artistas para que apoyen en la educación de sus segui­dores y en la promoción de valores desde la música. Esa es la tarea.

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